martes, 11 de diciembre de 2018

Obsolescencia programada

La obsolescencia programada es la acción intencionada de las empresas vendedoras de dispositivos electrónicos para que sus productos duren un tiempo determinado, con el fin de que los consumidores los sustituyan por otros nuevos, comprando de nuevo en sus tiendas.
A pesar de esto en algunos casos la obsolescencia programada es comprensible. Hacer esfuerzos para construir un producto que dure mucho tiempo provoca varios efectos negativos:
La tecnología avanza muy rápido, con lo que al poco tiempo de comprar un producto que se estropea, repararlo cuesta más dinero que comprarse el último modelo.
En un mercado competitivo, un producto de la competencia que se anuncia con más prestaciones -gracias al avance de la tecnología- puede quedarse con los potenciales clientes del producto duradero.
Pero más allá de estas lógicas razones para abrazar la obsolescencia programada, existe una buena cantidad de estrategias más opacas que buena parte de las empresas de hoy en día han incorporado a su ADN como forma de proceder. Estoy hablando de aquella obsolescencia realmente programada, es decir, la que se fuerza, la que se fabrica junto con el producto en sí, programándolo para fallar en un determinado periodo de tiempo. Y esto se consigue con estrategias como las siguientes:
  • Encarecer exageradamente el precio de los recambios para evitar las reparaciones y forzar a la recompra.
  • Baterías irreemplazables, que al tener un desgaste natural, hacen totalmente inservible el aparato en cuestión cuando esta pierde su propiedad de almacenamiento de energía.
  • Sacar nuevas versiones que no permitan el uso de las anteriores (como ocurre muy a menudo en el sector del software de gestión y sistemas operativos)
  • Cambios de estilo. Solamente cambiando el diseño exterior de un producto se fuerza al consumidor a entender que la moda ha cambiado y que, por tanto, los modelos antiguos ya no son deseables.
  • Sugerencia de reemplazo de consumibles como tóners, cartuchos de tinta, filtros de agua, etc., que se producen en base a un cálculo aproximado, nunca en base a la realidad.



Todas estas acciones siempre van a beneficiar al productor y perjudicar al consumidor, que es lo que esperan las empresas, claro está. Pero aparte de esto también perjudica al medioambiente., ya que millones de kilos de chatarra electrónica se generan año tras año en el primer mundo, y van a parar a los vertederos electrónicos. Los gobiernos de los países del primer mundo acuerdan con países del tercer mundo o en vías de desarrollo para permitirles enviar grandes barcos llenos de charatta electrónica que son vertidos en lugares concertados en estos países. Actualmente el mayor receptor de chatarra electrónica es China. Después están muchas zonas de la India y África.
Los defensores de estos tratados afirman que esto da oportunidades a estos países a conseguir materias primas como el cobre y el hierro para activar sus economías.
Pero la realidad es que tan sólo las castas más degradadas de estos lugares acceden a estos cementerios tecnológicos con el propósito de conseguirse algo de dinero, siempre a costa de la salud de los que efectúan la recogida que son, en muchos casos, niños y niñas.
No es necesario tampoco que todos los productos, como la bombilla centenaria, nos sobrevivan. Pero una regulación más firme para evitar que los fabricantes de estos productos tengan la sartén por el mango sin duda mejoraría un mundo cada día más deshumanizado y carente de valores respetables.






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