Obsolescencia programada
La obsolescencia programada es la acción intencionada de las
empresas vendedoras de dispositivos electrónicos para que sus productos duren
un tiempo determinado, con el fin de que los consumidores los sustituyan por
otros nuevos, comprando de nuevo en sus tiendas.
A pesar de esto en algunos casos la obsolescencia programada
es comprensible. Hacer esfuerzos para construir un producto que dure mucho
tiempo provoca varios efectos negativos:
La tecnología avanza muy rápido, con lo que al poco tiempo
de comprar un producto que se estropea, repararlo cuesta más dinero que
comprarse el último modelo.
En un mercado competitivo, un producto de la competencia que
se anuncia con más prestaciones -gracias al avance de la tecnología- puede
quedarse con los potenciales clientes del producto duradero.
Pero más allá de estas lógicas razones para abrazar la
obsolescencia programada, existe una buena cantidad de estrategias más opacas
que buena parte de las empresas de hoy en día han incorporado a su ADN como
forma de proceder. Estoy hablando de aquella obsolescencia realmente
programada, es decir, la que se fuerza, la que se fabrica junto con el producto
en sí, programándolo para fallar en un determinado periodo de tiempo. Y esto se
consigue con estrategias como las siguientes:
- Encarecer exageradamente el precio de los recambios para evitar las reparaciones y forzar a la recompra.
- Baterías irreemplazables, que al tener un desgaste natural, hacen totalmente inservible el aparato en cuestión cuando esta pierde su propiedad de almacenamiento de energía.
- Sacar nuevas versiones que no permitan el uso de las anteriores (como ocurre muy a menudo en el sector del software de gestión y sistemas operativos)
- Cambios de estilo. Solamente cambiando el diseño exterior de un producto se fuerza al consumidor a entender que la moda ha cambiado y que, por tanto, los modelos antiguos ya no son deseables.
- Sugerencia de reemplazo de consumibles como tóners, cartuchos de tinta, filtros de agua, etc., que se producen en base a un cálculo aproximado, nunca en base a la realidad.
Todas estas acciones siempre van a beneficiar al productor y
perjudicar al consumidor, que es lo que esperan las empresas, claro está. Pero
aparte de esto también perjudica al medioambiente., ya que millones de kilos de
chatarra electrónica se generan año tras año en el primer mundo, y van a parar
a los vertederos electrónicos. Los gobiernos de los países del primer mundo
acuerdan con países del tercer mundo o en vías de desarrollo para permitirles
enviar grandes barcos llenos de charatta electrónica que son vertidos en
lugares concertados en estos países. Actualmente el mayor receptor de chatarra
electrónica es China. Después están muchas zonas de la India y África.
Los defensores de estos tratados afirman que esto da
oportunidades a estos países a conseguir materias primas como el cobre y el hierro
para activar sus economías.
Pero la realidad es que tan sólo las castas más degradadas
de estos lugares acceden a estos cementerios tecnológicos con el propósito de
conseguirse algo de dinero, siempre a costa de la salud de los que efectúan la
recogida que son, en muchos casos, niños y niñas.
No es necesario tampoco que todos los productos, como la
bombilla centenaria, nos sobrevivan. Pero una regulación más firme para evitar
que los fabricantes de estos productos tengan la sartén por el mango sin duda
mejoraría un mundo cada día más deshumanizado y carente de valores respetables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario